cómo construir puentes

Cicatrices

Hace poco vi Darjeling Limited, de Wes Anderson, y la película cumplió con creces mis expectativas, que suelen ser altas cuando se trata de los films de este joven director.

Las películas de Wes Anderson son inteligentes, sensibles y divertidas, los personajes originales, excéntricos o desopilantes, las tramas sólidas y sorprendentes, la fotografía una explosión de vida y color. Cada cuadro, además, está teñido de ese suave matiz absurdo que hace que una de las escenas más emocionantes de Life Aquatic -el diálogo por primera vez franco entre un padre y un hijo- transcurra con un inodoro náutico como escenografía de fondo.

Quizás lo más logrado, sin embargo, sea ese momento ligeramente dramático y profundamente emotivo que alcanzan todas sus comedias. Un momento por lo general trivial o bizarro, pero donde el relato entero condensa y precipita. Así sucede al final de su película más emblemática, y sin duda una de los mejores, The Royal Tenembaums, cuando Royal le regala un perro a ese hijo con quien, hasta el momento, mantenía una relación ofuscada y rencorosa. El mero hecho de que el hijo le responda, todavía sin poder mirarlo a los ojos, "Thank you, dad", sugiere, con sencillez y al mismo tiempo con una fuerza arrolladora, un cambio profundo en el personaje de Ben Stiller.




Pero además de estas escenas cruciales, que representan el clímax de la trama, están todos aquellos cuadros intermedios, tiernos o patéticos, donde los personajes descubren un aspecto de sí mismos que hasta entonces desconocían. Como cuando la precoz pareja de Moonrise Kingdom baila en la playa...




...o cuando, en Darjeling Limited, el hermano mayor se libra de sus vendajes. Sobre esta escena quisiera hacer una pequeña reflexión. Se trata del momento en que el personaje encarnado por Owen Wilson se quita, por fin, ese casco de gazas y vendas que ha llevado durante toda la película empotrado en la cabeza. Los tres hermanos están frente al espejo. Wilson desnuda sus heridas, causadas por un accidente de tránsito del que el espectador sabe poco y nada. (Es importante considerar que, veinte minutos antes en la película, ha sucedido una desgracia que trastorna el viaje de estos tres hermanos; esa desgracia, que no tiene nada que ver con el accidente que sufrió Wilson con su auto tiempo atrás, también se pone en juego, de una forma opaca, en la escena del espejo; esencialmente porque se trata de dos acontecimientos trágicos, decisivos en la vida de los personajes, cuyo único responsable es el azar). 

Entonces, cuando Wilson descubre sus cicatrices, uno de sus hermanos dice: 

- Not´s too bad...

Y el otro , tras una pausa:

- It gives personality...



Wilson, después de unos segundos, asiente suavemente.

Puede pensarse que hay al menos dos formas de llevar las cicatrices: una es llorarlas, compadecerse de uno mismo. La otra, pensar las marcas que deja el dolor en nuestro cuerpo como inscripciones móviles, sujetas a múltiples lecturas. La cicatriz es la marca que deja el accidente, no el accidente en sí mismo. Incluso podría decirse que la cicatriz es, ante todo y paradójicamente, la prueba de que el accidente ya pasó: marca neutra, símbolo vacío. Con el tiempo, esa marca podrá adquirir sentidos y direcciones diversas, igual que cuando trazamos un mapa (político) sobre un territorio (físico). Cicatrices: hendiduras lúdicas donde poner en juego la propia personalidad. Esta perspectiva permite adueñarse con humildad y con humor de esa condición azarosa y falible propia de la vida humana. 

Todos tenemos cicatrices que han modelado nuestra sensibilidad. Los personajes de Wes Anderson las llevan con orgullo y sin prejuicio, como si fueran una pieza obligada del disfraz que lucirán esta noche, una vez más, en el baile del pueblo.

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